una historia de otro mundo

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Engineer

Maggie Bowen

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La pandemia general en Chile hoy, esta catástrofe sanitaria, social y económica que vive nuestro país, como es sabido, no tiene parangón. Es abrasiva, está debilitando todo el sistema y haciendo estragos basales en las clases deprivadas social y económicamente de nuestra sociedad que serán difíciles de reconstituir. Como bien se menciona, es desastrosa, hasta puede compararse con un estado de guerra, pero – como lo asevera, el intelectual Juval Noah Harari-, dependiendo de las decisiones políticas, económicas y sociales que se tomen, también puede ser una oportunidad de propiciar cambios sustanciales y beneficiosos para la mayoría.

Pero, no sólo la clase deprivada completamente de recursos y en situación de pobreza extrema se está viendo gravemente afectada con esta calamidad, también lo está la supuesta clase media chilena. Aquella que no calza en las encuestas como pobre ni tampoco calza como acomodada. La clase que creyó en el “sueño chileno” de los chicago boy, que creyó que el disfraz de jaguar era real y otorgaba poderes supraterrenales, que lo bancos eran amigues y los créditos una ayuda. La clase que creyó que la Gobernanza del sistema neoliberal era una gran oportunidad en que el gran jefe les abriría por fin, una puerta para avanzar. Ciertamente, despreciaron las cooperativas, el trabajo comunitario y la solidaridad como el sol que sale cada día para todes y todes aquellos atributos del pueblo. 

Aunque no son absolutamente responsables. Las campañas mediáticas se encriptaron en el inconsciente colectivo con varas mágicas de publicistas con experticia en el miente, miente que algo queda. Comenzó la competencia con antiojeras, sin ver al de al lado, hasta que se convirtió en una ceguera masiva. Les herides comenzaron a quedar en el camino. Deudas de nunca acabar, impuestos por todo, pago por todo, el tiempo es oro, el todo tiene un precio. 

Este inmenso grupo de la clase media, tal vez arribista, tal vez aspiracional, ingenua, y enceguecida, sin duda, es tan precaria como les más deprivades, porque se cimentaron sobre bases totalmente ficticias que se desvanecen al menor soplido. Pero son chilenes, y son muches, miles, millones y a lo largo de todo el país. Abandonarles parece injusto.

Por fin, el 25 de octubre les desclasificades se acoplaron al pueblo en la marcha más grande de Chile. Lo hicieron quizás por intuición de que algo no cuadraba, porque la ecuación no estaba dando aquellos resultados que contaban en la tele.  Entre esfuerzo, trabajo, créditos y jaguares, el resultado era en realidad, humillación, miseria, frustración, agotamiento y deudas infinitas.

Pero despertaron. A lo mejor fue porque sus hijes, nietes y otres con mayor lucidez ya estaban saltando torniquetes, por encima de los abusos, corriendo por las calles arrancando de la yuta, solidarizando con les hermanes y las compas, o porque les tomaron de las manos y les dijeron simplemente: basta, por favor despierta, quiero verte digne, como lo mereces. Y allí estuvieron. Ahora están engrosando la rabia encapuchades y en primera línea. Al menos una buena parte de elles, de les desclasificades, está ahí.

Aunque el gobierno les ignore como si fueran invisibles, para no tener que reestructurar todo el sistema social con sus fichajes arcaicos y los resultados cambien, y aquellos números duros que sirven para representar la ficción del paraíso ante la OCDE demuestren una realidad aún más catastrófica de lo que es, y los porcentajes de la pobreza en Chile se disparen, toda estrategia política debe incluir a esta nueva clase social chilena, de les desclasificades. Ese 47% de empobrecides o claramente pobres, endeudados 7,7 veces por sobre sus ingresos, que no encajan en ninguna ficha de protección social y tampoco en ninguna encuesta.  Pero que, en su mayoría, finalmente, desde octubre’19 están bien despiertes y se vislumbra que cuentan con más de algún poder mítico del puma, el trapial sagrado mapuche. 

Esta trágica pandemia ha develado aún más la ilimitada crueldad de la injusticia social que existe en el mundo y en nuestro país. Pero, les desclasificades y les deprivades por doquier, ya sacaron la voz fuerte para decir: basta. Y, no cabe duda, seguirán en primera línea con el puño en alto hasta transformar esta sociedad.

Fernanda Rojas Páez